A estas alturas del partido nos da flojera, ya no digamos darle seguimiento, sino simple-mente hablar de los “buenos propósitos de año nuevo”. Ya caminamos nuestros 15 minutos alrededor de la cuadra para cumplir el propósito de hacer ejercicio, regresamos a trabajar con la firme intención de –por única vez- no hacer San Lunes, ya leímos nuestro medio libro al año que señalan las estadísticas de nuestro país, hicimos la dieta de la papaya por… 27 largos minutos y uff, con eso le dimos vuelta a la página de aquello que prometimos el 31 de diciembre del 2010 a las 12 de la noche, con la vehemencia de hacer algo nuevo en este año que estrenamos tiempo atrás.
Y hoy nos damos cuenta de que, aunque el año aun es nuevo, nosotros seguimos siendo los mismos –o piores- que el año pasado y sus antecesores. Nuestro marco estadístico mundial lo dice: tenemos el “buen propósito de año nuevo” de adelgazar, y al tercer día del 2011 regresamos al grupo que conforma el país con más alto porcentaje de obesidad en el mundo; juramos que en año nuevo seríamos más puntuales y trabajadores, y el primer día de chamba regresamos a la estadística que nos ubica como uno de los países con más bajo rendimiento laboral; somos además los que leemos menos, y por tanto tenemos los peores niveles de educación y recientemente –por si alguno de nuestros propósitos fue “hacer algo por nuestra patria”- México es el país con más alto número de ciudadanos que emigran a otro país. Pero por propósitos no paramos.
¿Será que no estamos programando bien nuestra lista de buenos propósitos, o como buen mexicano, le buscamos el lado fácil a las cosas? Comparando la situación mexica con el deporte nacional -más claro el futbol- el desempeño del Tri se parece a nuestros propósitos de año nuevo: los planeamos, enumeramos, ponemos en juego, pero nunca llegamos más allá del cuarto partido. El escritor Juan Villoro (Proceso, junio 2010), al hablar del trabajo del equipo de todos, en el artículo “Un chicharito no hace verano”, expone que los mexicanos nos habituamos cómodamente a un empate técnico. Según Villoro, el empate es porque: “En México, los problemas se reconocen, pero no provocamos solución alguna”. El escritor observa un país que conoce y ha analizado todo lo que debe hacer para ser grande, y sin embargo, se niega a la grandeza, pues según palabras suyas, “el diagnóstico concluye el tratamiento”, o sea, sabemos QUÉ hay que hacer, pero de ahí no pasamos. Buenos propósitos los hay, pero ¿buenas realizaciones?
Quizá dentro de nuestra lista de Buenos Propósitos 2011 debimos agregar un punto más: “Pondré esta lista donde la pueda ver día a día, para nunca olvidarla; donde la comparta con familia y amigos, para que ellos me recuerden que en este año (365 días, no uno ni tres) me tracé metas que puedo alcanzar, que debo cumplir para ser mejor”. Tal vez ese nuevo modus operandi de una lista de buenos propósitos, con suerte y la llevemos a cabo más allá de febrero, y ya estamos hablando de ganancia.
“México está en la senda del desarrollo” dijo el Presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, en su primer mensaje de este año, y retomando la situación-empate que Villoro plantea del mexicano promedio, diríamos: “estamos en la senda, pero, ¿Nos quedamos ahí, nos hacemos a un lado para que no nos atropellen, o avanzamos a buen ritmo para no quedarnos atrás? En la elección está nuestro futuro. Lo necesitamos. Darle un plus a los propósitos, no dejarlos como buenas ideas que tuvimos un día, el último del año pasado, hacer el esfuerzo diario para convertirlos en metas, y reincidir, reincidir y reincidir hasta volverlos sanas costumbres. O sea, no “quedarnos parados” ni en la senda ni a un lado; no guardar las intenciones hasta el siguiente fin de año, y avanzar, aunque sea paso a paso, cada día.
Joseangel Rendón Delatorre