lunes, 20 de febrero de 2012

LA OCLOCRACIA: ¡¿el principio del fin?

¿Los sistemas políticos y sociales están agotados?
Joseangel Rendón Delatorre

Para el mexicano común, resulta una hazaña el desper-tarse día a día, con el nuevo temor de salir a la calle, al peligro de ser robado, lastimado o encontrarse en medio de una balacera entre grupos del crimen; o de ser abusado por alguna autori-dad que ve afectado su poder. Y pien-sa: “¿Cómo hemos llegado hasta acá?” “El sistema es corrupto, dema-gógico, criminal”, “¿Quién está en -el poder?” “Las calles, carreteras, insti-tuciones, están en manos de algunos grupos” “¿Cómo hemos llegado hasta acá?”
La constante del pueblo es el NO poder. Vivir en un laberinto donde las paredes son: corrupción, prebendas, intercambios de poder, crimen organizado, estructura política sin bases sólidas… donde parece que no hay sa-lida. “¿No que la democracia era el poder del pueblo? Este pueblo ya no puede con la situación adversa”. ¿O es que alguna vez hubo democracia en nuestro país?
Democracia, sí, es el poder del pue-blo. Pero cuando este poder se distri-buye sólo entre algunos grupos de este pueblo, la democracia degenera en algo más cercano a la tiranía, mo-narquía y aristocracia: la Oclocracia.
Platón y Aristóteles infirieron que tres riesgos amenazan una buena democracia: la plutocracia, la partidocracia y la oclocracia. En México tenemos los tres peligros en perfecta evolución.
Cuando la democracia se convierte un sistema totalmente fallido... llega la oclocracia, o sea, ingobernabilidad como resultado de la aplicación de políticas demagógicas y/o clientelis-mo político. La oclocracia se crea con las emociones irracionales de la mu-chedumbre, es el fruto del control de las masas descontentas y en muchos casos ignorantes, de la situación real o de su solución. La también mal llama-da cloacacracia, es la degeneración de una de las formas puras de gobierno. Y su resultado final puede ser catastrófico.
Etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima al poder estatal, y la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre, es decir, una vo-luntad viciada, confusa, juiciosa o irra-cional, que carece de capacidad de autogobierno y por ende no conserva los requisitos necesarios para ser con-siderada como «pueblo».
Aristóteles distinguió hace ya mu-chos siglos entre la democracia, que es el gobierno del pueblo, y la oclocracia, que es el gobierno de la plebe o, si se prefiere, de la muchedumbre. En la primera, elegi-mos a los que creemos mejores para que nos dirijan. La oclocracia se presenta como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder.
Polibio, historiador griego, llamó oclocracia a "la tiranía de las mayo-rías incultas, al uso indebido de la fuerza para obligar a los gobernantes a adoptar políticas, decisiones o regulaciones desafortunadas'".
Polibio describe un ciclo social de seis fases que hace volcar la monar-quía en la tiranía, a la que continúa la aristocracia que se degrada en oligar-quía, luego la democracia piensa re-mediar la oligarquía, pero zozobra en la sexta fase, configurándose como oclocracia, donde no queda más que a esperar al hombre providencial que los reconduzca a la monarquía.
Según el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832) la oclocra-cia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el go-bierno de un pueblo.
Pero, ¿Cómo se pasa de la demo-cracia a la oclocracia? Según Rou-sseau, la democracia degenera en o-clocracia cuando la voluntad general cede ante las voluntades particulares, por artimañas de asociaciones par-ciales.
Por lo regular, dicha situación está promovida por la influencia de inte-reses de pequeños grupos. El interés de los oclócratas es ejercer el poder y mantenerlo de forma corrupta, bus-cando una ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, hacia el cual vuelcan todos sus esfuer-zos propagandísticos y manipulado-res.
El desarrollo de esta política burla los reales intereses del país, dirigién-dose al mantenimiento de un poder personal o de grupo, mediante la pro-moción de discriminaciones, fanatis-mos y sentimientos nacionalistas exa-cerbados; el fomento de los miedos e inquietudes irracionales; la creación de deseos injustificados o inalcanza-bles; etc. La apropiación de los me-dios de comunicación y de los medios de educación por parte de dichos sectores de poder son puntos clave para quien busca esta estructura de gobierno, a fin de utilizar la desin-formación.
Sin embargo, tal y como asegura Rousseau, a este sistema le falta la piedra angular, es decir, la voluntad general de ciudadanos conscientes de su situación y de sus necesidades, una voluntad formada y preparada para la toma de decisiones y para ejercer su poder de legitimación en forma ple-na. En la oclocracia la legitimidad que otorga el pueblo está corrupta, pa-sando el poder del campo político al campo de la demagogia.
¿Cómo preservar la democracia, enfrentando a la oclocracia? Un forta-lecimiento del poder político del go-bierno, así como sus responsabilida-des primigenias, pone un cierto límite a la oclocracia. Podría considerarse un principio fundamental de la democra-cia tener un poder capaz de resistir a la muchedumbre; pero la cuestión es saber en cuales límites esto es posible sin pasar a una forma de tiranía me-diante el desprecio del gobierno con respecto al pueblo.

¿Solución? Educación.
Los oclócratas se aprovechan de la ignorancia de la muchedumbre ce-gada ante sus necesidades. El saber los derechos, el educarse para ser más competitivo, honesto, satisfecho con la situación lograda, mata los in-saciables deseos de poder de los fal-sos líderes.
En México debemos eliminar todos los círculos viciosos que rodean a la corrupción, tiranías de grupos de po-der, barreras que imponen las exce-didas burocracias, todos los vicios ocultos que permiten las actividades de mafias, etc. cambiándolos de ma-nera paulatina por círculos virtuosos que promuevan la educación y el bie-nestar. Para lo cual debemos reencon-trar las virtudes, aplicar la escuela aristotélica que sirvió como ejemplo para el mundo occidental, pero se ha perdido. Recurrir a los hombres y mujeres de excelencia, con intelecto y voluntad capaces de unirse al cambio, que acabe con todos los círculos desastrosos que se inducen de forma parasitaria en el poder.
Según la ética de Aristóteles, toda actividad humana tiende hacia algún fin/bien. Cada vez que el hombre ac-túa lo hace en busca de un determi-nado bien. El bien supremo es la felicidad, y la felicidad es la sabiduría. Para este sabio, el Fin Imperfecto es aquel que se quiere por otra cosa y no por sí mismo; mientras que el Fin Perfecto es aquél fin que se quiere por sí mismo y no por otra cosa.
Al hablar de virtudes, a través ellas el hombre domina su parte irracional.
Las virtudes éticas son adquiridas a través de la costumbre o el hábito y consisten, fundamentalmente, en el dominio de la parte sensitiva del alma para regular las relaciones entre los hombres. Las virtudes éticas más im-portantes son: la fortaleza, la tem-planza y la justicia. Las virtudes dia-noéticas, por su parte, se correspon-den con la parte racional del hombre, siendo, por ello, propias del pensa-miento. Su origen no es innato, deben ser aprendidas a través de la edu-cación o la enseñanza. Las principales virtudes dianoéticas son la sabiduría y la prudencia.
La templanza es el término medio entre el libertinaje y la insensibilidad. Consiste en la virtud de la moderación frente a los placeres y las penalida-des.

La fortaleza es el término medio en-tre el miedo y la audacia.
La generosidad es un término me-dio en relación con el uso y posesión de los bienes. La prodigalidad es su exceso y la avaricia su defecto.
Prudencia: el hombre prudente es aquel que puede reconocer el punto medio en cada situación.
Otro concepto importante a tomar en cuenta de la escuela aristotélica es la justicia. La justicia consiste en dar a cada uno lo que es debido. Según Aristóteles, hay dos clases de justicia:
La justicia distributiva, que consiste en distribuir las ventajas y desventa-jas que corresponden a cada miem-bro de una sociedad, según su mérito, y La justicia conmutativa, que restau-ra la igualdad perdida, dañada o vio-lada, a través de una retribución o re-paración regulada por un contrato.
En política es posible encontrar mu-chas formas de asociación humana. Decidir cuál es la más idónea depen-derá de las circunstancias, como los recursos naturales, la industria, las tradiciones culturales, el grado de alfabetización de cada comunidad y las cualidades propias de cada ele-mento de un grupo. Para Aristóteles, la política no era un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costum-bres y las propiedades se interrelacio-nan en los casos reales.
En la actualidad es necesario un nuevo orden social que se anteponga a un nuevo orden político… el segun-do subordinado al primero y no al revés. O sea, no dejar la política a los políticos, haciéndoles ver sus respon-sabilidades e impidiendo los malos usos del poder. La responsabilidad de una democracia verdadera es de todos. El poder del pueblo, también es la responsabilidad del pueblo.

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