VOLTERETAS
Joseangel Rendón Delatorre
Cena Fría
¿Y si se descompuso tu auto?
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Tuve que poner
mi cara de patán al comprar las flores de este arreglo especial que adorna el
centro de mesa, deambular en la tienda, vinaterías y no sé cuanta rara
pastelería buscando lo necesario para sorprenderte esta noche.
La penumbra
consume las velas. Por el ambiente corren duendecillos que riegan aromas de
sándalo. Casi siempre eres puntual, seguramente lo haces por causarme celos.
Adoras ver como se erizan mis neurosis. Afuera, una sádica lloviznilla se burla
de mis planes.
Te divierte
verme dudar. Me das a sobrentender cosas que lastiman el poco ego que me queda.
Hasta imagino lo que haces en este momento: estás con otro, regodeándote de mi
impaciencia y burlándote de mí. Todo lo haces por satisfacer tu estúpida
vanidad y sentirte superior, lo sé.
Revientan mis
ganas de salir a buscarte. Estás oculta en las sombras, seguramente con él,
saciando tu mórbida ironía, engañándome con toda la aversión que da tu mente
sañosa. Más que su sexo, te satisface mi coraje.
La tardanza
predice que ya no eres mía. Mientras me disuelvo recalentando la cena y
enfriando mi irritación, estás unida a él, con tu espalda en sus manos, dejando
que te recorra una y otra y otra vez. Sólo para mortificarme. En pleno
aniversario... la hora de la traición jamás será olvidada.
El cuchillo del
pastel ha esperado demasiado. Me pide correr a buscarte en la humedad de la
noche. Es hora de salir y desenmascararte de una vez por todas.
Una parte de mí
culebrea por las aristas de los finales de calle. Otra busca en ventanas las
luces moribundas de cada orgía que se fragua en la traición. Una más -sexto
sentido que le llaman- amolda las facciones de quién está agazapado en tu
pubis, en el trono del oprobio, como los plúmbagos eróticos del agua que
escurre por los muros, por los negros sudores que decanta mi ropa. Otra parte
afila sus garras junto a una cena fría. Es la hora de las calles deslavadas en
tu búsqueda.
Empuño el
cuchillo con agudeza, en ida y vuelta por la semioscuridad nebulosa. Por fin
distingo una silueta que camina como tú. Llevas la cadencia de una perra
satisfecha. A manera de culpa serpenteas entre los callejones dormidos de frío.
Tus tacones despiertan al silencio con ese pasito siseante. Tu abrigo fija el
centro de mi ira; cómplice de la soledad me dirijo hacia ti. La hora del vil
engaño te quedará marcada.
El cuchillo
corta la niebla y parte en dos la noche, se afila en el rocío que huye y cae
con toda su fuerza sobre el abrigo que cubre tu espalda traidora; Tantas veces
como las que él estuvo acariciándola. La hora de la muerte queda clavada en tus
pulmones. Nunca sabrás quién lo hizo, así como nunca sabré quién era él.
Recojo tu
cuerpo tibio de sexo y de vida muerta y te llevo en mis brazos por la
oscuridad, como en una noche nupcial. Me despido de ti en el puente nuevo. Tus
vilezas y engaños se los va llevando el Arroyo.
Regreso por la
ruta que marcó la tragedia. El pastel parece más contento. Cenaré sin tu pesada
culpa. Ya no te espero, ya no me importas.
¿Y si se descompuso tu auto?
Ausencia
MINUTOS: Cada instante que tardas en llegar
siento que te quiero un poco menos. Gotas gordas descargan del cielo y rayonean
las paredes pintando mi enojo color mate. Las aves huyen en pareja haciendo más
notorio tu retraso.
HORAS: Cada momento que tardas en llegar
siento que me quieres menos. Los bajos niveles de ozono me restriegan en la
cara los minutos. La sonrisa ensayada abortó maledicencias púrpuras. Los
milímetros cuadrados dicen que no te han visto. Los mensajes subliminales de
las vitrinas gritan que soy un pendejo. Tienen razón. El camino a casa no ha
sentido tus pasos.
DÍAS: Me como el queso duro con las arañas
que dejó tu respuesta sin respuesta. Trago la sopa podrida que amargó el
desprecio. Busco en los libros los insultos más lascivos para hacerte un ramo
de flores. Mastico tu vestido y acaricio con vehemencia tus últimos olores.
MESES: Las sortijas se diluyeron y se
hicieron nudo por 50 pesos. Formaron grumos que hicieron burbujas que
reflejaron tu cara antes de moldear tu nombre: puta.
Escucho una risa
que se parece a ti y salgo de mi encierro para vomitarte el desprecio y
abofetear tu insolencia... pero sólo es el viento.
Usas mi tiempo en idear venganza. Te burlas
de mirarme, sin tu charla aburrada, sin tu ínfima esbeltez que no hace sombra, sin
tener a quien callar. El hervor etílico es una excusa para no dormir. No quiero
que me agarres descuidado y me claves tu insumisión en el pecho, para desinflar
los ronquidos que te desagradan (aunque más odiabas las noches que no llegaba)
pero me tienes miedo. Por eso te fuiste así: callada, transparente, como que no
te ibas y como que desapareciste.
Te cargó la chingada. Seguramente estás
muerta, porque hace falta valor, mucho valor, para dejarme como lo hiciste.
Sabes que si regresas te prodigaré madriza sobre madriza hasta que tus poros
griten perdón, hasta que trapees el lodo con tu sangre y barras los huesos
rotos con tu cabello.
Tu ausencia sabe a hambre o a desconcierto o
a sexo o a traición o a muerte. A todo junto. A polvo. Olvidaste sacudir antes
de irte
HOY: La cuerda en la viga me dice que lo
piense. No es tan fría como una bala, que obedece a una simple contracción del
dedo índice, pero sólo al mandato de un valiente. La angustia de no saber como
encontrarte me taladra el cráneo antes de soltar el percutor
Te amo...
El Callejón
Te encuentro en
una calle de tráfico noctámbulo. Cerca de donde alguna vez te confesaste mía.
La noche es náufraga de cielos descarriados. Percibes que estoy cerca y el
recuerdo te llega en sobresalto. Flashback. Fuimos felices, sí. Tratas de no
voltear. Haces memoria mientras extremas el ritmo de tu contoneo. Me acerco, tu
olor es el del miedo. Entras a un callejón desdeñado por los corsarios del sexo
barato. Una fría vibración se suscribe en tu dermis, bajo la pequeñez de tu
ropa. A cada paso recurren a ti palabras conocidas: clipengaño Los
tacones, claptraición las baldosas, cliptrampa las paredes
derruidas, clapinsidia la neblina, clipburla el desazar, clapardid
la venganza. Miras por tu nuca. Tu resuello se enmaraña con la bruma. En la
mente están las noches pélvicas en nuestro cuarto de azotea, el colocar la
lengua en el principio del mundo, los vahosos “te amo”. Mentiras. Luego,
una musa escurridiza, el teléfono mudo, secretos, la duda. Tu pulso erupciona.
Tu cabello pierde la alquimia de la sensualidad. Las manos destilan caricias
olvidadas mientras tratas de esfumarte. Tu piel derrama color, el vestido se te
ve más flojo. La sangre se agolpa y te sube por el cóccix (La entrada al
Hotel/pecado) escala tu columna vertebral (la escalera donde me escondí a
verlos pasar) tu garganta grita una eufonía muda (el pasillo donde él te
empezaba a quitar la ropa) el ardor se fermenta en tu cabeza (el cuarto donde
me traicionaste) bloquea tu cerebro apiñándose al momento en que derribé la
puerta y los descubrí. Jadeando. Tú cabalgando en él. Resoplas. Los pies
intentan ir más rápido que tu pensamiento. Resbalas. Los habría matado a golpes
si él no hubiera sacado -no sé de donde- una pistola. De cualquier modo ahora
no está contigo. No podría defenderte. En la herrumbre de un barandal se atora
tu vestido. Tu prisa lo hace rasgarse y queda a media banqueta. Tu piel
traslúcida delata pavor. Tu sexo -como perra- se esconde en tus calzones negros
-aquellos que me volvían loco-. No hay salida. Arrastrándote, entre deshechos,
te arrinconas en la podredumbre, con mirada de culpanostalgia. Sola en tu
recuerdo. Sola con tu horror. Me excitó verte así. Olvidé que soy un fantasma.
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