Ramón López
Velarde
El son de la
nostalgia
¡Quién me otorgara en mi retiro yermo
tener, Fuensanta, la condescendencia
de tus bondades a mi amor enfermo
como plenaria y última indulgencia!
tener, Fuensanta, la condescendencia
de tus bondades a mi amor enfermo
como plenaria y última indulgencia!
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Su vida.
Pocos como Ramón López Velarde pueden encontrarse
en la historia de nuestra literatura, no sólo por su genio y la calidad de su
lenguaje, sino porque a él se debe, en mucho, el cierre del modernismo y la fundación
de nuestra poesía contemporánea. Fue un hombre de su tiempo, que recibió
numerosas influencias literarias asumidas y no.
Nacido en Jerez, Zacatecas, en el mismo año en que
Rubén Darío publicó su revista Azul, López Velarde empezó a escribir
cuando ingresó en el Seminario Conciliar de Zacatecas en el año de 1900.
Después fue a estudiar al Seminario de Santa María de Guadalupe en
Aguascalientes y posteriormente al Instituto de Ciencias de la misma ciudad.
En 1908 ingresó al Instituto de Científico y Literario
de San Luis Potosí y colaboró en periódicos y revistas de provincia. Aunque
conoció a Francisco I. Madero en 1910 y le simpatizó el movimiento
revolucionario, no fue seguidor de esta causa.
En 1911 recibió el título de abogado y ejerció su
profesión como juez en El Venado, San Luis Potosí, en 1912 va a la Ciudad de México y al año siguiente vuelve a San
Luis Potosí. Inconforme con su suerte o, tal vez impedido por la tormenta
revolucionaria, se traslada definitivamente a la capital en 1914.
En periódicos y revistas de la Ciudad de México publica con regularidad ensayos,
poemas, periodismo político, ensayos breves y crónicas. Ocupa modestos puestos
burocráticos y docentes, entabla rápidas y efusivas amistades entre el mundillo
periodístico y bohemio y se inicia con arrojo, pero también con timidez y freno
religioso al erotismo al que puede acceder.
En 1916 aparece su primer libro, editado por Revista
de Revistas, consagrado “a los espíritus de Gutiérrez Nájera y Othón".
Se titula La Sangre devota y título y contenido, delatan su
nostalgia por la provincia, el fervor de su pureza y la figura de la musa de
sus primeros versos, la mítica Fuensanta. Este amor primero, se llamó en
realidad Josefa de los Ríos, era también oriunda de Jerez, ocho años mayor que
el poeta, murió en 1917 y seguramente no tuvo una relación, más que platónica,
con el joven López Velarde.
En 1916 inició una relación sentimental con
Margarita Quijano, maestra culta y hermosa, diez años mayor que él y que fue
breve, ya que ella la terminó por "mandato divino".
En su segundo libro, Zozobra,
de 1919 pueden advertirse ya las marcas, las "flores de pecado",
como el las llama, resultantes de haber vivido en la ciudad. En ese momento
tiene 31 años y continúa soltero.
En este año, un amigo de la escuela de Leyes de
San Luis Potosí, Manuel Aguirre Berlanga, secretario de Gobernación lo lleva a
trabajar a su lado. En mayo del año siguiente, 1920, el poeta pierde su trabajo
y decide no colaborar más con el gobierno, sin embargo, en 1921, escribe uno de
sus trabajos más conocidos: La Suave Patria
La derrota laboral, aunada al fracaso sentimental,
acabaron con su ánimo: un año más tarde, en 1921, muere en la madrugada del 19
de junio asfixiado por la neumonía y la pleuresía, en una casa de apartamentos
de la Avenida Álvaro Obregón, entonces Avenida Jalisco.
Las poesías que dejó a su muerte fueron reunidas
en el libro Son del corazón y su prosa, que incluye comentarios líricos,
retratos literarios, críticas, recuerdos de provincia, temas del momento, etc.
fueron reunidos por Enrique Fernández Ledesma en El minutero.
A su muerte, a instancias de José Vasconcelos Calderón, se le tributaron honores como poeta nacional, y su obra -sobre todo
el poema "Suave Patria" en el que dice "la patria es como una
mujer”- se exaltó como expresión suprema de la nueva mexicanidad nacida de la Revolución.
A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena
Repercusión de su obra
Ramón López Velarde es considerado, a pesar de su
corta vida, el más "nacional" por decirlo de algún modo, de los
líricos del país. Es el poeta de la época modernista con mayor arraigo
mexicano, pero un arraigo que no llega a fructificar en su espíritu renovador y
mantiene, en el lenguaje y el estilo, una serenidad casi clásica, un carácter
religioso que lo vinculan con la tradición
Los poetas del grupo Los Contemporáneos
vieron en él, junto a Tablada, el comienzo de la poesía mexicana moderna. En
particular, Xavier Villaurrutia destacó la centralidad de López Velarde en la
historia de la poesía mexicana, y lo comparó con el francés Charles Baudelaire.
El estudio más completo sobre su figura lo realizó
el norteamericano Allen W. Phillips en 1961, dando pie a un iluminador estudio
de Octavio Paz, incluido en su libro Cuadrivio (1963), en el que hace
hincapié en la modernidad del poeta jerezano, al que relaciona con autores como
Jules Laforgue, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig.
Otros críticos, como Gabriel Zaid, centraron su
análisis en el catolicismo de López Velarde y en sus años de formación. En 1988,
con motivo del centenario de su nacimiento, el escritor mexicano Guillermo
Sheridan escribió una biografía del poeta, titulada Un corazón adicto: la
vida de Ramón López Velarde, quizá la más completa hasta la fecha.
En todos ellos se percibe un
acendrado catolicismo que tiene como contrapeso la pasión amorosa. Así resaltó
esa ambigüedad el chileno Pablo Neruda:
"viene también el líquido erotismo de su poesía que circula en toda su
obra como soterrado, envuelto por el largo verano, por la castidad dirigida al
pecado". De modo semejante se expresó el mexicano Xavier Villaurrutia,
para quien la poesía de López Velarde es "la más intensa, la más atrevida
tentativa de revelar el alma oculta de un hombre; de poner a flote las más
sumergidas e inasequibles angustias; de expresar los más vivos tormentos y las
recónditas zozobras del espíritu ante las llamadas del erotismo, de la
religiosidad y de la muerte."
A pesar de su breve vida y su
breve obra, la importancia de López Velarde y la influencia que ha ejercido en
la poesía americana moderna son indiscutibles. En su poesía se señaló y exaltó
un acento peculiar que refleja el "alma nacional" de su país.
Algunos, como Pedro Henríquez Ureña, llaman a esta cualidad mexicana "el sentimiento
discreto"; y Díez-Canedo añade otros calificativos: "el tono velado,
el color crepuscular".
Sin embargo, López Velarde no es
tanto nacional como provincial; no pretende tal vez expresar tanto el alma
entera de México sino ciertos aspectos de su fondo salvaje, y al mismo tiempo
dulce, propios de su vida cotidiana. "López Velarde (dice el historiador
G. González Peña) comenzó a aportar a la poesía el tema regional, la nota
provincial. Llevó a ella la sensación de olor y calor, el ritmo austero y el
lamento en sordina, el sentimiento de piedad y la gracia y la melancolía de los
terruños naturales".
Desde el punto de vista técnico
hay en López Velarde no tanto novedad de adjetivación como un giro imprevisto
de la frase, y el descubrimiento de raras disonancias, de colores rudos y, con
todo, armoniosos. Ocasionalmente se advierten en su obra elementos
postrománticos o modernistas, aunque fue uno de los primeros autores de su
tiempo que se rebelaron contra el tono afectado y el esteticismo de este último
movimiento. En opinión de la crítica, sus excesos fueron resultado de la
permanente búsqueda de una voz propia y original; su verdadera importancia
reside en el sabio tratamiento del paisaje, el planteamiento del contraste
radical que existe entre el campo y la ciudad, y la lucha entre los anhelos
estéticos y religiosos, por un lado, y la sensualidad pagana por otro.
Tales elementos consiguen para su
obra una tensión que le dan un lugar único en las letras mexicanas. Su
influencia fue verdaderamente considerable no sólo en la poesía mexicana, pues
se nota su huella hasta en algunos poetas argentinos de generaciones
posteriores, como Silvina Ocampo
y Ricardo E. Molinari. La influencia de su poesía amorosa es perceptible en Xavier Villaurrutia.
Martha L. Canfield, en su libro: La provincia inmutable (Estudios sobre la
poesía de Ramón López Velarde), es quizá quien mejor define las etapas de
la vida del poeta zacatecano, en cada uno de los poemas y la evolución de su
estilo.
Ella marca como primera etapa de su vida la Invención de la provincia, donde menciona: Desde los primeros poemas de Ramón López Velarde,
anteriores a la primera colección, se puede reconocer el punto de sutura entre
experiencia privada del poeta y temática propia del modernismo… La meta no alcanzada
es el matrimonio. Él se vuelve así una especie de poeta de la soltería casta y
devota, de un celibato provincial urgido e hinchado de linfas mal reprimidas,
consciente del propio desperdicio vital y, no obstante, condenado a la fuga en
el sueño erótico y a la autocombustión
Fuensanta, por su parte, es
la figura central de La sangre devota y en
parte de El son del corazón. Sólo reescribiendo su
figura se pueden entender todas las proyecciones poéticas del celibato de López
Velarde. En principio, Fuensanta purifica el eros.
La segunda etapa definida
por la autora, es: La mujer ángel, Como ya observara Phillips, el impulso erótico de López Velarde
aparece desparramado impersonalmente en las mujeres provincianas sólo en una
segunda etapa; en la etapa primeriza, era Fuensanta quien cifraba todas sus
esperanzas. La mujer plural es una irradiación de la Única y por eso se hallan
en las provincianas muchos de los rasgos que definen a Fuensanta. En primer
lugar, la santidad; en segundo lugar, la virginidad; en tercer lugar, la
fraternidad. Fuensanta no es solamente la Amada ,
sino sobre todo la Santa ,
y la Novia. Las
provincianas, a modo de coro de la elegida, aparecen a los ojos del poeta como
palomas, como mártires, como vírgenes fraternales, institutrices de su corazón
y espejos de la Patrona
de su pueblo.
En la tercer etapa en la vida del poeta
zacatecano, Zozobra, Martha L.
Canfield
apunta bajo el signo de la sublimación que se escribe el ciclo de Fuensanta y de la provincia idealizada. Pero sublimación es represión y lo reprimido regresa siempre. Por más que el poeta haya nacido «místicamente armado», como él mismo declara, detrás de la armadura se agita un cuerpo que quiere su parte y sin el cual -no hay que olvidarlo- la armadura sería un objeto inerte.
apunta bajo el signo de la sublimación que se escribe el ciclo de Fuensanta y de la provincia idealizada. Pero sublimación es represión y lo reprimido regresa siempre. Por más que el poeta haya nacido «místicamente armado», como él mismo declara, detrás de la armadura se agita un cuerpo que quiere su parte y sin el cual -no hay que olvidarlo- la armadura sería un objeto inerte.
En la etapa de Zozobra, el católico López Velarde
adquiere una nueva perspectiva, toda la visión del mundo cambia. Donde antes
había flores ahora hay frutos: de Zozobra han desaparecido los lirios,
los azahares y las rosas y en su lugar aroman los duraznos, las manzanas, el
anís y los calabazates. El agua de la pureza es sustituida por el licor. La luz
crepuscular de La sangre devota se vuelve deslumbramiento, astros, sol. En
vez del blanco predomina el rojo.
En cuarto lugar de épocas
de la vida de López Velarde está El triunfo de
la muerte. El fracaso de las ilusiones se
liga en López Velarde a una convicción propia del catolicismo: no hay redención
en la tierra. Y con esta desencantada certeza se aferra al dogma que le
devuelve la esperanza, si se acepta la postergación del momento feliz al mundo
de ultratumba: el dogma de la resurrección de la carne.
Se sabe que, superada la crisis
sentimental de su amor capitalino, López Velarde volvió a pensar intensamente
en Fuensanta. Su figura, desterrada de Zozobra, regresa insistentemente en
los poemas póstumos. Dice al respecto su amigo Pedro de Alba: «[...]
Quienes asistimos al alumbramiento de los poemas de El son del corazón,
sabemos cómo se fue dibujando de nuevo el íntimo retorno de Fuensanta; cómo su
recuerdo y su figura se volvieron obsesión del poeta. Era el triunfo póstumo
del primer amor y era también el llamado de una sombra misteriosa. Revivió las
escenas familiares y trajo a primer plano los más lejanos episodios; se anegó
en una ternura melancólica y agorera».
Finalmente Martha
L. Canfield dedica el último capítulo de su libro a la Suave Patria.
El año de 1921 es un año especial en
la historia de México. En él se celebran dos centenarios fundamentales: el de
la caída de Tenochtitlan, con la prisión de Cuauhtémoc (1521), y el de la
declaración de la
Independencia , con el Tratado de Córdoba (1821). Penosamente,
los mexicanos buscaban una justa configuración de la mexicanidad,
del ser nacional. José Vasconcelos había publicado en 1916 Pitágoras,
donde aparecían ya ideas de La raza cósmica (1925). Mariano Azuela
había dado inicio a la Novela
de la Revolución Mexicana
con Los de abajo (1916). Y sobre todo los 3 muralistas
(José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros), daban a la luz,
precisamente en 1921, un primer manifiesto donde se proponían llevar el arte a
las calles, a los palacios públicos, a los lugares de trabajo.
La suave Patria,
viene a ser última protesta de fe del poeta moribundo, por el campo y contra la
ciudad, por el viejo modus vivendi y contra el «progreso», esta «épica sordina» con tanto de
lírica, había sido precedida por un llanto por la muerte de la Provincia : «Me
enluto por ti, Mireya, / y te rezo esta epopeya.
La patria -había dicho el poeta en un texto contemporáneo del poema- «la miramos hecha para la vida de cada uno [...] Casi la
confundimos con la tierra».
Existen otras muchas opiniones que escritores importantes han realizado
a la obra de Ramón López Velarde:
Alfonso
García Morales, hace énfasis de la médula guadalupana de «La Suave Patria »,
catalogándolo como un Poeta/ nacional/ moderno/ católico; hace comentarios
además sobre otros ensayos referentes al poeta.
En 1963 Octavio Paz
también publicó su ensayo «El camino de
la pasión (Ramón López Velarde)». Paz se apoyó en Villaurrutia y Phillips,
pero se propuso ir mucho más allá en la afirmación de la modernidad y en la
exploración de la complejidad de López Velarde. Quiso interrogar una vez más
los poemas de éste, «como quien se interroga a sí mismo». A fin de cuentas
todos sus ensayos críticos son, como él mismo dijo, «una exploración de mis
orígenes y una tentativa de autodefinición indirecta».
Para Hervé
Le Corre, en su libro Ramón López
Velarde: visión y versión de la
Patria , Ramón López Velarde
participa del interés posmodernista por el asunto nacional. Si bien es
preferentemente criolla, la patria es una mezcla, una patria “café con leche”.
López Velarde lo subvierte el concepto de nación, lo dialogiza y feminiza.
Mantiene así la diferencia, la autonomía del texto poético, pero no en el
sentido de una absurda pureza.
Vicente Quirarte Castañeda, quien publica varios ensayos sobre el poeta zacatecano,
concluye contundente en uno de ellos: José Martí dijo de Bolívar que había
dejado una familia de pueblos. López Velarde nos lega una herencia más modesta:
un conjunto de botellas lanzadas no al mar, sino a la tierra colorada de un
altiplano del que nunca salió.
En
1935, en uno de los primeros ensayos serios que se escribieron sobre Ramón
López Velarde, el poeta y crítico mexicano Xavier
Villaurrutia señala algunas verdades pertinentes para entrar a su poesía:
«... la rara calidad de esta obra, el
interés que despierta y la irresistible imantación que ejerce en los espíritus
que hacen algo más que leerla superficialmente, hacen de ella un caso singular
en las letras mexicanas. Si contamos con poetas más vastos y mejor y más vigorosamente
dotados, ninguno es más íntimo, más misterioso y secreto que López Velarde. La
intimidad de su voz, su claroscuro misterioso y su profundo secreto han
retardado la difusión de su obra, ya no digamos más allá de nuestras fronteras,
donde no se le admira porque se le desconoce, sino dentro de nuestro país,
donde aun las minorías le han concedido rápidamente, antes de comprenderlo, una
admiración gratuita y ciega, admiración que es, casi siempre, una forma de la
injusticia».
Anthony Stanton, al
analizar Los poemas en prosa de Ramón López Velarde, define que esta prosa tiene la misma
intensidad, complejidad e intransferible originalidad personal que sus poemas
en verso. Villaurrutia vio en estos textos «una prosa que danza», una
construcción artística que no renuncia ni a su complejidad formal ni a su
hondura espiritual. En lugar de cancelar u ocultar sus conflictos y sus luchas
de conciencia, López Velarde decide llevar a cabo una exploración dramática y
lúcida de sus contradicciones interiores. Gracias a su valor, su atrevimiento y
su maestría, la poesía mexicana gana acceso a nuevos territorios y da un salto
a la modernidad al asumirse como una conciencia interrogante que busca su
autenticidad por todos los medios posibles.
Gabriel Zaid, Por su parte, define al bardo
jerezano como López Velarde reaccionario, Un revolucionario civilista, ya que no se le puede regatear a López Velarde el haber sido un
revolucionario de 1910, pues fue maderista militante. Cuando Madero volvió
preso a San Luis y no había abogados que lo defendieran, López Velarde y Pedro
Antonio de los Santos tomaron su defensa y consiguieron que se le diera la
ciudad por cárcel (julio de 1910). Cuando Madero llega a presidente y empieza a
cometer errores, López Velarde lo defiende: no se puede decir «que la Revolución sólo ha servido para
cambiar de amos. Medite tranquilamente cómo vivimos hoy y cómo vivíamos antes
[...] No estaremos viviendo en una República de ángeles, pero estamos viviendo como
hombres [subrayado de López Velarde], y
ésta es la deuda que nunca le pagaremos a Madero» (Carta del 18 de noviembre de 19 11
a Eduardo J. Correa, que estaba dolido de la falta de reciprocidad de Madero
con el Partido Católico Nacional).
En su obra crítica sobre López
Velarde, Guillermo Sheridan concluye
así:
Dice Octavio Paz que no se explica la
poesía actual sin López Velarde; la escuela mexicana de pintura tiene su
autenticidad en Saturnino Herrán, y en la música mexicana Manuel M. Ponce abre
los ojos hacia lo nacional y lo proyecta en el mundo entero. Pero lo más
importante es que la pintura de Herrán, la música de Ponce y, sobre todo, la
poesía de Ramón López Velarde, encierran un todo que nos es propio, íntimamente
propio, y que el conjunto de su obra “todavía guarda un aliento de actualidad”.
Existen muchos comentarios, ensayos, análisis que
escritores famosos han hecho sobre la obra de Ramón López Velarde. Lo mejor que
podemos hacer nosotros, paisanos presumidores del origen de este autor, es
leerlo, releerlo y comprender toda su poesía y su vida platónica.
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