lunes, 19 de septiembre de 2011

Pablo Neruda, ¿Asesinado?

1973 fue un año muy triste para el país de Chile. El poeta chileno Pablo Neruda «supo a las cuatro de la madrugada del 11 de septiembre, que había un golpe de Estado, con el cual, la milicia, comandada por Augusto Pinochet, quitaba el poder al Salvador Allende, con quien el poeta se había enfrentado en la precandidatura para la presidencia, y a quien apoyó para llegar al poder. La marina se había sublevado en Valparaíso. Manuel Araya Osorio -quien estuvo al lado del poeta en sus últimos días— contó a la revista mexicana Proceso que el poeta fue asesinado en aquellos crudos días de la historia de ese país. Menciona Araya: «Neruda trató de comunicarse a Santiago, pero fue imposible. El teléfono estaba fuera de servicio (…) Ese 11 de septiembre fue un día caótico y amargo porque no sabíamos qué iba a pasar con Chile y con nosotros».
Manuel Araya Osorio habla de Neruda con la familiaridad de quien ha compartido momentos cruciales con un personaje histórico. Y sí. Fue asistente del poeta desde noviembre de 1972 -cuando regresó de Francia- hasta su muerte el 23 de septiembre de 1973. «Lo único que quiero antes de morir es que el mundo sepa la verdad, que Pablo Neruda fue asesinado», aseguró Araya a Proceso y al diario El Líder, de San Antonio, Texas..
Araya afirma que el 1 de mayo de 1974 le propuso a Matilde Urrutia, viuda de Neruda, aclarar esa muerte. Ambos fueron testigos de sus últimas horas: durmieron, comieron y convivieron en la misma habitación a partir del golpe del 11 de septiembre de 1973 y hasta la muerte del poeta, 12 días después, en la clínica Santa María de Santiago.
El asistente del poeta afirma que le entregó a Jaime Pinos, entonces director de la Casa Museo de Isla Negra, un relato sobre los últimos días del poeta. «Pero no quieren que la verdad se sepa».
Manuel Araya proviene de una familia de campesinos. A los 14 años fue acogido como ahijado por la dirigente comunista Julieta Campusano, quien llegó a ser senadora y la mujer más influyente del Partido Comunista, y gestionó que Araya fungiera como asistente de Neruda.
Araya, acepta que el autor de Canto General tenía cáncer de próstata, pero no cree que esa enfermedad lo matara. Asegura que dicho padecimiento «estaba controlado» y que Neruda «gozaba de buena salud, con los achaques propios de una persona de 69 años».
Araya dice que después del golpe del 11 de septiembre, Neruda y su mujer quedaron «solos y abandonados» en la Isla Negra El contacto con el mundo exterior se reducía a las noticias que les llegaban a través de una pequeña radio que Neruda sintonizaba, a las esporádicas conversaciones telefónicas de un aparato que sólo recibía llamadas».
El 12 de septiembre llegó un jeep con cuatro militares. «El oficial nos señaló que en el domicilio no podía quedar nadie más que Neruda, Matilde y yo. Entonces tuvimos que arreglárnoslas entre los tres: dormíamos en la recámara matrimonial que estaba en el segundo piso. Yo dormía sentado en una silla, arropado con un chal. Lo hacía para estar más cerca de Neruda, porque no sabíamos lo que nos iba a pasar.»
El 13 de septiembre, cerca de las 10 de la mañana, los militares allanaron la casa. Araya dice que eran como 40 soldados vestidos y pertrechados «como si fueran a la guerra». Mientras revisaban, destruían y robaban, los militares preguntaban si había armamento, si teníamos gente escondida adentro. No encontraron nada».Añade que como a las tres de la tarde, poco después de que se habían ido los soldados, llegaron marinos. «Estuvieron más de dos horas. También allanaron la casa y robaron cosas. Registraban con detectores de metales. (…) La señora Matilde me contó que el mandamás de los marinos entró al dormitorio de Neruda y le dijo: ‘Perdón, señor Neruda’. Y se fue».
Durante varios días la marina puso un buque de guerra frente a la casa del poeta. «Neruda decía: ‘Nos van a matar, nos van a volar’. Y yo le decía: ‘Si nos tenemos que morir, yo voy a morir en la ventana primero que usted’. Lo hacía para darle valor, para que se sintiera acompañado. Entonces le dijo a la señora Matilde: ‘Patoja —que así la nombraba—: mire el compañero, no nos va a abandonar, se va a quedar aquí’».
«Pensábamos que a Neruda lo iban a asesinar. Entonces, resolvimos que la única opción era salir del país».
Araya narra que Neruda le dijo que su plan era instalarse en México y una vez en ese país pedir «a los intelectuales y a los gobiernos del mundo entero ayuda para derrocar a la tiranía y reconstruir la democracia en Chile».
Rememora: «Nos comunicamos con las embajadas de Francia y México. El embajador mexicano, Gonzalo Martínez Corbalá, se movilizó para ayudarnos. El 17 de septiembre nos llamó para decirnos que se había conseguido una habitación en la clínica Santa María. Allí deberíamos esperar la llegada de un avión ofrecido por el presidente Luis Echeverría».
El problema era trasladar al poeta a la clínica. «Con Neruda y Matilde pensamos que la mejor y más segura manera de llegar hasta allá era en una ambulancia». Araya la consiguíó con grandes dificultades. «Acordamos que fueran el 19, porque ese día la clínica tendría todo dispuesto para recibir a Pablito. Llega el 19 y solicitamos a Tejas Verdes (el regimiento militar de la provincia de San Antonio) permiso para trasladar a Neruda. Me dijeron: ‘No estamos dando salvoconductos, menos a Neruda’. A pesar de la negativa decidimos partir. El viaje fue triste, caótico y terrible. Nos controlaban cada cuatro o cinco kilómetros, parecía imposible llegar a nuestro destino. Imagínese que salimos a las y llegamos a las a la clínica (distante poco más de 100 kilómetros de Isla Negra). «En Melipilla (…) Los militares lo bajaron de la ambulancia y le registraron el cuerpo y la ropa. Decían que buscaban armas. Él pedía clemencia, decía que era un poeta, un premio Nobel, que había dado todo por su país y que merecía respeto. Para ablandar sus corazones les decía que iba muy enfermo, pero las humillaciones continuaban. En un momento lloramos los tres tomados de la mano porque creíamos que así iba a ser nuestro fin».
Los primeros días en la clínica transcurrieron sin sobresaltos. El 22 de septiembre, la embajada de México avisó que el avión dispuesto por su gobierno tenía programado salir de Santiago rumbo a México el 24 de septiembre. Le comunicó además que el régimen militar había autorizado su salida. «Entonces Neruda nos pidió a mí y a Matilde que viajáramos a Isla Negra a buscar sus cosas más importantes, entre éstas sus memorias inconclusas. Creo que eran Confieso que he vivido. Al día siguiente -23 de septiembre- partimos temprano hacia la casa de Isla Negra. (…) Dejamos a Neruda muy bien en la clínica, acompañado por su hermana Laurita, que llegó ese día a acompañarlo.»
Asegura que Neruda estaba «en excelente estado, tomando todos sus medicamentos. Todos eran pastillas, no había inyecciones. Nosotros nos preocupamos de recoger todo lo que nos indicó. Estábamos en eso cuando Neruda nos llamó como a las cuatro de la tarde a la hostería Santa Elena, Neruda dijo: ‘Vénganse rápido, porque estando durmiendo entró un doctor y me colocó una inyección’.
«Cuando llegamos a la clínica, Neruda estaba muy afiebrado y rojizo. Dijo que lo habían pinchado en la guata (el estómago) y que ignoraba lo que le habían inyectado. Entonces le vemos la guata y tenía un manchón rojo».
Araya recuerda que momentos después, entró un médico que le dijo: «Tiene que ir a comprarle urgente a don Pablo un remedio que no está en la clínica».
Fue a comprar el medicamento y Neruda se quedó con Matilde y Laurita. «En el trayecto me siguieron sin que yo me diera cuenta. De pronto aparecieron dos autos, uno por detrás y otro por delante. Se bajaron unos hombres y me pegaron puñetazos y patadas, y luego me pegaron un balazo en una pierna».
«Después me trasladaron al estadio Nacional donde sufrí severas torturas que me dejaron a un paso de la muerte. El cardenal Raúl Silva Henríquez logró sacarme de ese infierno».
Neruda murió a las horas en su habitación -la número 406- de la clínica Santa María.
Hay contradicciones a la versión de Araya, las versiones de Matilde Urrutia en su libro Mi vida junto a Pablo, la de Jorge Edwards en Adiós poeta y la de Volodia Teitelboim en su biografía Neruda, coinciden que la causa de muerte fue el cáncer, que se agravó por lo crítico de la situación chilena. Pero Manuel Araya dice no tener duda alguna: «Neruda fue asesinado».
Miles de chilenos, opositores al régimen militar instaurado por Pinochet, murieron o fueron declarados desaparecidos en aquellos infaustos días de 1973. no es tan descabellada la declaración que Manuel Araya realizó a la Revista Proceso y que ha tratado de difundir, con el fin de que se aclare la verdad sobre la muerte del poeta más importante de America.


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