domingo, 23 de octubre de 2011

Cronósfera: La Paz en el Infierno.


 Mientras 3 mujeres defensoras de los derechos femeninos reciben el premio Nobel de la Paz, mujeres africanas -cientos de miles- viven día a día pesadillas indescriptibles.

(Con información de ACNUR, CIMAC y la agencia internacional IPS).

Una buena noticia: Por primera vez en la historia, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado conjuntamente a tres mujeres: a la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf; la activista de ese país africano Leymah Gbowee; y a la periodista y activista yemení Tawakkul Karman.
Las tres galardonadas son “recompensadas por su lucha no violenta por la seguridad de las mujeres y de sus derechos a participar en los procesos de paz”.
Johnson-Sirleaf, de 72 años de edad, en 2005 se convirtió en la primera mujer electa en el continente africano, comenzando su mandato el 16 de enero del 2006. El próximo 11 de octubre contenderá en las elecciones de su país para buscar su segunda presidencia.
Leymah Gbowee es una activista africana encargada de organizar el movimiento de paz que puso fin a la segunda guerra civil liberiana en 2003.
Tawakkul Karman es una política y activista pro Derechos Humanos de 32 años de edad, ha participado en diversas manifestaciones en Yemen; actualmente se encuentra en una protesta en la plaza Al Taguir, en Saná (capital del país), contra el régimen del presidente Ali Abdalá Saleh.     
Desde su creación en 1901, 15 mujeres han recibido el Premio Nobel de la Paz, entre las que destacan: la escritora austriaca Bertha von Suttner, en 1901; la madre Teresa de Calcuta, en 1979; la guatemalteca Rigoberta Menchú en 1992; la estadounidense Jody Williams, en 1997, y la activista ecologista keniana Wangari Muta Maathai, en 2004.  
La presidenta de ONU Mujeres, Michelle Bachelet, opinó: “Este año el Nobel es un reconocimiento a las mujeres que han estado pidiendo desde hace años su participación igualitaria en todas las decisiones de paz, seguridad y democracia”.
Pero, a esta buena noticia, que reconoce el esfuerzo de mujeres, sobre todo en África Occidental, la empañan otras muchas malas noticias saturadas de hambre, maltrato, discriminación y violencia del que son víctimas las mujeres. Caso específico: Somalia, al oriente del continente.
A diario nos invaden las malas notas de un estado fallido que sobrevive a fuego cruzado entre los cuatro jinetes del Apocalipsis moderno: la guerra, el hambre, la falta de educación y oportunidades. La capital, Mogadiscio, ha sido testigo del mayor éxodo a causa de los conflictos de guerrilla en busca del poder, en un país sin gobierno, sin instituciones, donde los que dictan la última palabra son los llamados Warlords, señores de la guerra, líderes de clanes religiosos musulmanes, con corrientes del Jihad.
Una mujer somalí no ha podido enterarse de la buena noticia del premio Nobel. El 94.7 de las mujeres de este país no sabe leer ni escribir, cada una de ellas tiene por lo menos seis hijos, por lo que sus preocupaciones principales son: que sus retoños no queden ciegos por la alta desnutrición, o que sobrevivan al peligroso traslado que obliga la diáspora, largos kilómetros de caminata entre un agreste clima, donde se respira polvo, temor y muerte. Una mujer que huye del cuerno de África sabe de violencia sexual, de peligro de contraer enfermedades incurables, de hambre…
En Somalia no hay para donde hacerse. En el campo, la peor sequía en 60 años no da fruto alguno a una tierra de por sí poco fértil; en el mar de oriente, no se puede pescar, pues no se cuenta con la Infraestructura, además de que los mares están contaminados de desechos tóxicos; al norte, los piratas de Adén no te permitirán hacer nada. No hay industria ni turismo, a causa de veinte años continuos de guerra por el poder. No hay nada.
La peregrinación desde el lugar que abandonan para escapar de las hostilidades, rumbo al campamento de refugiados de Dadaab, en la Provincia Nororiental de Kenia, está llena de grandes retos que sólo hablan de discriminación. Desde los que le piden cuarenta dólares por llevarlas en auto al campo de concentración y evitar caminar lo más de ochenta kilómetros, con hambre, sed, y hasta peligros que las marcarán de por vida.
La violación y la violencia sexual son las preocupaciones más acuciantes de las mujeres y las niñas cuando huyen de Somalia, problemas que continúan, aunque a menor grado, en los campamentos.
Una vez que llegan a Dadaab, algunas siguen sufriendo violencia de género incluso de sus familiares más íntimos. Esto incluye matrimonios forzosos a edad temprana y "sexo de supervivencia", en el que las mujeres se ven obligadas a ofrecer su cuerpo para poder acceder a sus necesidades básicas.
Aunque los casos de violencia de género son menos frecuentes dentro de los campamentos, algunas mujeres se sienten inseguras y con medio por las noches. “Los campamentos no tienen vallas, y tampoco podemos cerrar nuestras tiendas por la noche. Cualquier cosa puede pasar”.
El mayor riesgo en el campamento, es cuando viajan largas distancias en busca de leña para preparar los alimentos, ya que pueden ser atrapadas y violadas por grupos de guerrilleros que andan en busca de comida.
Los refugiados llegan al campamento más grande del mundo en busca de comida, agua, refugio y esperanza. Más de 4,000 somalíes llegan cada semana a este complejo de tres campamentos de refugiados en la provincia del noroeste de Kenia.
Para muchos, su llegada marca el final de un largo viaje a pie durante varios días en el calor ardiente. Varias mujeres lloran el haber abandonado al lado de la carretera a amigos y familiares demasiado débiles para seguir. Ignoran cuál fue su destino.
A su llegada, se les da un suministro para dos semanas de harina de maíz, harina, frijoles, aceite, azúcar y sal. Sin embargo, puede tardar un mes antes de completarse su registro y sus dos semanas de suministros deberán ser repuestos.
En un hospital cercano, tres médicos atienden a quienes pueden. "En su mayoría están desnutridos con grandes complicaciones de salud".
Las agencias de ayuda estiman que 10 millones de personas están en riesgo de hambruna en Kenia, Djibouti, Uganda, Somalia y Etiopía.

Y tener un hijo es, aparte de común para las somalíes, otro vía crucis. Parir según la tradición, es morir un poco en Dadaab.
Un parto complicado podría requerir una cesárea, pero, por las tradiciones culturales somalíes "Las mujeres tienen que esperar el consentimiento antes de iniciar algún procedimiento de parto". Según la cultura somalí, quien da ese consentimiento es el suegro de la mujer y, si él no está disponible, el esposo. Nadie más.
La demora en obtener el consentimiento para estos procedimientos, obstaculiza el avance en el tratamiento de las refugiadas. En el campamento la mayoría son mujeres; sus maridos y demás varones de las familias se quedaron en sus aldeas para proteger sus pertenencias, o están trabajando en Mogadiscio, la capital de Somalia. Se pierden bebés por trabajos de parto prolongados.
Otros problemas de salud materna son la práctica de la mutilación genital femenina y el casi inexistente uso de métodos anticonceptivos. Casi todas las somalíes refugiadas en Dadaab se sometieron a la mutilación de sus genitales. Las mujeres que pasan por ese procedimiento "tienen el doble de probabilidades de morir durante el parto y son más propensas a dar a luz un niño muerto que otras mujeres", explicó el ginecólogo Joseph Karanja, de Nairobi.
Muchas somalíes creen que la planificación familiar va en contra de su religión. El uso de anticonceptivos entre las refugiadas en Dadaab es de dos por ciento.
Si esto no es un infierno, es la peor pesadilla que puedan trazar las condiciones del mundo Actual.
Los campos de refugiados están sobresaturados. Miles de somalíes siguen huyendo de unas condiciones de vida desesperadas marcadas por la guerra, la sequía y el hambre. Sus líderes no se ponen de acuerdo sobre soluciones concretas y la comunidad internacional no muestra una firme voluntad por implicarse en el remedio de tantos problemas, porque ellos mismos -de forma indirecta- los han causado, y la solución implica cambiar las condiciones del mundo actual, que está bajo su dominio.
Qué bueno que haya mujeres como las premiadas por el Nobel trabajando por los derechos de la mujer… pero qué malo que todavía haya tantos intereses transnacionales que lo impidan.






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