Koimetérion proviene del verbo koiman 'acostarse', 'dormir' y de allí se derivó la palabra latina caemeterium, que había llegado a esa lengua ya con su significado actual. Se cree que fueron cristianos los primeros griegos que usaron koimetérion en ese sentido; hasta entonces, el lugar en el que se enterraba a los muertos se llamaba en latín necrópolis 'ciudad de los muertos', también de origen griego.
Sebastián de Covarrubias observaba en su Tesoro de la lengua castellana: "conociendo esta verdad universalmente, a la muerte llamamos sueño y al reposar los cuerpos en las sepulturas, dormir".
Morgue. Poco se sabe sobre el origen más remoto de esta palabra que nos llegó desde el francés, pero la historia conocida muestra una curiosa evolución del significado de morgue.
Hacia la primera mitad del siglo XVI, se usaba para referirse a una 'actitud arrogante, adusta o severa, de ceño fruncido'. En el Trésor de la langue francoyse (1606), de Nicot, faire la morgue 'hacer la morgue' era "presentar una actitud de filosofía triste y severa", pero en 1694, en la primera edición del Diccionario de la Academia Francesa , morgue se define, además, como "entrada de una prisión, donde los detenidos permanecen algún tiempo expuestos, a fin de que los guardias puedan mirarlos fijamente para reconocerlos más tarde".
Casi un siglo después, hacia 1798, el vocablo francés conservaba estos significados, pero incorporaba otro nuevo: "Un lugar donde son expuestos los cuerpos de personas que fueron halladas muertas fuera de su domicilio, a fin de que puedan ser reconocidas".
A partir de 1923, la Morgue de París pasó a ser el Instituto de Medicina Legal. La palabra apareció registrada por primera vez en nuestra lengua en la edición de 1917 del diccionario de José Alemán y Bolufer: Edificio para depositar y exhibir los cadáveres desconocidos, con el fin de que los reconozcan sus deudos o el público.
Infierno. Del latín infernum y éste, probablemente, del griego averno o, tal vez, de inferus 'inferior', 'subterráneo'. Para los antiguos griegos, los muertos debían cruzar el río Aqueronte, que daba siete vueltas alrededor del infierno, a bordo de una barca que era guiada por Caronte, un genio del mundo de los muertos, quien navegaba protegido por su perro Cerbero, hermano de la Hidra de Lerna. Caronte cobraba por el viaje, y quien no pagaba la travesía tenía que pasar cien años vagando por las márgenes del río, una idea en la que, quizá, se inspira la creencia cristiana en el purgatorio. Para proteger a los muertos de ese destino, los griegos acostumbraban poner una moneda debajo de la lengua de los cadáveres antes de enterrarlos.
El can Cerbero, por su parte, dio origen a la palabra cancerbero, que se aplica a los guardias o porteros de modales groseros.
Energúmeno. La palabra griega ergon significaba 'obra', 'trabajo', 'cosa hecha'. De allí se formó, también en griego inicialmente, organon 'algo que sirve para cumplir algunas tareas'. Asimismo ergon con la anteposición de la partícula en forma energeia (energía, fuerza interna viva y actuante). Ergon aparece también en palabras más recientes, como ergonomía, que se refiere a las reglas que se emplean para administrar mejor la energía humana en el manejo de una máquina.
La misma raíz ergon, aplicada a un participio pasivo energoumenos se aplicaba en griego a 'algo trabajado internamente' y, consecuentemente, a alguien que muestra un entusiasmo descontrolado, como poseído por el demonio, y que eventualmente se comporta con violencia. La forma pasiva le da a la raíz la denotación de que se trata de una energía que existe dentro del propio sujeto, pero cuya causa está en realidad fuera de él, como parece ocurrir con los energúmenos.
Fascismo. Fascismo es el nombre de un movimiento político y de un régimen totalitario surgido hacia 1919 en Italia, que inspiró el nazismo y la dictadura franquista, y llevó a la humanidad a los peores momentos de su historia, con la exacerbación de los prejuicios raciales y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que costó 34 millones de vidas.
La palabra italiana fascismo surgió en 1919, derivada del italiano fascio 'grupo', tomada del bajo latín del siglo XII fascium, procedente del latín clásico fascis, que significaba 'haz de leña' o 'puñado de varas', pero que se usó con el sentido de 'organización política' en las postrimerías del siglo XIX.
Los lictores romanos usaban el fascis para azotar a los culpables de algún delito, pero el instrumento de tortura acabó por convertirse en símbolo de autoridad e insignia del cargo de lictor: un haz de palos de abedul u olmo (símbolo del poder del castigo) alrededor de un hacha (símbolo del poder de la vida y la muerte), atados con tiras rojizas de cuero.
El dictador italiano y fundador del fascismo, Benito Mussolini (1883-1945), adoptó el fascio como símbolo de su partido, tomándolo en su sentido más moderno, y formó fasci de combatimento, grupos llamados de combate, que dieron su nombre a la organización. A partir de ese momento, los partidarios de los fasci fueron llamados fascisti 'fascistas'.
El nombre de este ominoso movimiento se extendió rápidamente por Europa y dio lugar al español fascista.
Envidia. Para la doctrina católica, la envidia es uno de los siete pecados capitales. Unamuno dice en sus escritos: «mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual»".
La envidia fue estudiada por el psicoanálisis, en especial por la austríaca Melanie Klein (1882-1960), quien investigó numerosas formas de manifestación de ese sentimiento, el cual, según ella, era frecuentemente confundido con los celos. Klein propuso diferenciar claramente uno y otro, afirmando que los celos se basaban en el amor, y suponían, de alguna forma, una relación entre tres personas, mientras que la envidia ocurría en una relación entre dos individuos.
La palabra proviene del latín invidia, -ae, que entre los romanos también designaba sentimientos tales como 'antipatía', 'odio', 'mala voluntad', 'impopularidad', 'celos', 'rivalidad'. Por ejemplo, invidia Numantini foederis significaba 'impopularidad del tratado con Numancia'.
El verbo que dio origen a esta palabra era invidere, que se traducía como 'mirar con malos ojos', 'envidiar', 'sentir antipatía', formado con el verbo videre 'ver' & mdash:a partir del indoeuropeo weid- 'mirar'— con el prefijo latino in- 'contra'; o sea que, según el sentido primigenio del término, este sentimiento de cierta manera equivale a 'ver negativamente' o 'mirar con hostilidad'.
En francés, la palabra fue adoptada en 980 como enveie y, desde 1180, como envie; en inglés, como envy; en portugués, como inveja, y llegó a nuestra lengua en el siglo XIII por obra de Gonzalo de Berceo, quien usó también envidioso (lat. invidiosus) y envidiar.
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