Los pueblos se quedan solos
Visitar un
pueblo abandonado es una experiencia que puede quedar grabada en nuestra
memoria de forma profunda. Su gente callada, sus viviendas humildes, sus calles
polvorientas y vacías, su iglesia cerrada desde hace mucho; son imágenes
desconcertantes. A todos nos cuesta comprender el olvido. La migración es un
fenómeno común en México; está generando el abandono de los pueblos, de sus
familias y hasta de la identidad.
Hace años conocí una comunidad rural del municipio
de Monte Escobedo (Zacatecas), los salones de la escuela no tenían puertas, el
mapamundi, las escuadras, los gises y las láminas ilustrativas del cuerpo
humano, estaban tirados donde quiera como objetos extraños, casi de otro mundo,
uno lejano.
En el pueblo no había niños, por eso la escuela se cerró. Tampoco
había matrimonios jóvenes. Era un lugar de ancianos. Un pueblo solo, salido
como de una escena de cine mexicano o de una página rulfiana.
Al igual que la comunidad de Monte Escobedo, existen en el país muchos
otros pueblos fantasmas. La causa de migración es la pobreza. Los hombres salen
de sus comunidades hacia Estados Unidos o a otros lugares con el objetivo de
conseguir un empleo para mantener a sus familias. La miseria y la falta de
oportunidades, obligan a las personas a cortar con sus raíces con su tierra.
Por lo general, son los hombres, padres de familia los que emigran a
otro país o estado, dejando así a su familia sola. Por lo tanto, las mujeres
deben asumir por necesidad el rol de padre y madre. El
abandono de sus esposos las deja a ellas con el 100% de la carga de las labores
del hogar y del campo. Lo cual no representa una mejor condición de vida para
las mujeres de las comunidades, asegura la investigadora en temas de equidad y
género de la Universidad Veracruzana, Estela Casados González.[1]
Además, muchas mujeres son olvidadas por sus esposos, en cuanto ellos
encuentran otra pareja o forman otra familia lejos de sus comunidades de
origen. Es difícil que estas mujeres solas puedan rehacer su vida de forma
plena. Tienen que trabajar el doble para sostener a sus hijos y son un blanco
fácil para la prostitución y el abuso.
En otras ocasiones, los esposos suelen dejar encargadas a las mujeres
jóvenes con sus padres. Ellas tienen que vivir con su familia política, quienes
al fungir como cuidadores, abusan de su poder, les condicionan las remesas y su
propia libertad.
Actualmente no son sólo hombres los que emigran, en los últimos años se
registran altos índices en niñas y adolescentes. En San Miguel del Valle por
ejemplo, la migración es un fenómeno alarmante. El pueblo está ubicado
a 37 kilómetros de la capital de Oaxaca. La autoridad municipal está preocupada
porque son las niñas y adolescentes quienes se están yendo sin la compañía de
un adulto.
Según su censo,
unas 300 mujeres jóvenes se han ido, muchas a la capital del estado, unas más a
otros estados para trabajar como niñeras y empleadas del hogar. La mayoría se
fue para ser el sostén principal de la familia. Antes estas mujeres jóvenes
estaban “hiladas” en su comunidad a través de los telares. Desde pequeñas eran
formadas para la elaboración de tejidos de lana, pero el trabajo se fue
deshilvanando. Y ellas tuvieron que
buscar otra forma de vida.
La migración es un problema grave, ha traído como consecuencias la
desintegración familiar, el alcoholismo y otras adicciones, los embarazos en
adolescentes, las niñas sin orientación a los 12 o 13 años ya se quieren casar.
Además, las comunidades se quedan sin mano de obra, sin jóvenes y sin
tradiciones.
En un pueblo fantasma, las casas terminan derruidas, no hay sembradíos
ni fiestas patronales. Se vuelve una tierra de recuerdos. Nunca se acaba de sepultar
un pasado al que se añora. Los que pasan y los que se quedan perciben en el
aire una sensación de abandono y una tristeza pesada.
Alma Rosa Fernández Aguirre
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